"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15: 5)
Al leer el capítulo 9 del libro de Nancy Leigh Demoss y Dannah Gresh sobre “Las mentiras que las jóvenes creen”, vinieron muchos recuerdos vividos de mi adolescencia, cuando pude tener un encuentro con Dios. Y al encontrarme con este tema en particular, en relación a “Las mentiras acerca de mi FE”, me di cuenta, que en ese sentido, Dios me libró de poder poner mi mirada en algún líder juvenil, por la razón de que anualmente estos eran cambiados, y lamentablemente no tenía una mentoría directa por lo corto de su liderazgo. Esto fue positivo y negativo a la vez.
Fue positivo, porque me ayudó a poner mi mirada y enfoque en Jesús de forma directa, no a través de terceros, y al mismo tiempo madurar en la lectura de Su palabra a través de los estudios bíblicos congregacionales y de forma personal. Pero fue negativo, porque no experimenté lo que era ser guiada y aconsejada por un mentor directo que fuera más maduro en la fe que yo, como actualmente lo tengo.
Como jóvenes, en ocasiones consideramos nuestros pastores de jóvenes o mentoras como si fueran dioses. Los vemos como santos, y veo como actualmente, Dios ha movido por un tiempo a lideres de jóvenes de mi iglesia local para una mayor capacitación en el conocimiento de la Palabra, pero también a la vez para permitirle a la juventud de la congregación a no apoyarse solamente en ellos, sino a crecer de manera personal en Dios. Es una realidad que nuestros lideres son una guía espiritual para cada una de nosotras, pero también es cierto que tenemos acceso directo a Dios a través de Cristo y “SOLAMENTE POR EL” (1 Pedro 2:9; 1 Ti 2:5; Juan 14:6).
Nuestros pastores son seres imperfectos y pecadores como nosotras, es decir que nuestra mirada no puede estar apoyada en ellos porque van a fallar en algún momento de su vida, porque ese pedestal se va a caer y nuestra fe va a tambalear. Es una real bendición haber nacido en un hogar con principios cristianos, en donde Dios es el centro en todo lo que se hace; en mi caso particular, lamentablemente no fue así. Pero muchas veces esa ventaja, si no se centra en Jesús, se vuelve en contra nuestra, porque nos envanecemos por tener más tiempo en una iglesia y sirviendo al Señor, y luego nos volvemos legalistas en cuanto comenzamos a medir la santidad de los demás. Cada una de nosotras sabe que no debe juzgar por las apariencias (Jn. 7:24), y que cuando tenemos un espíritu critico, podemos estar seguras de que seremos juzgadas con mayor severidad (MT. 7:1); pero lamentable no ponemos esto en practica muy a menudo.
Entonces es ahí donde debemos ser sabias, porque en ocasiones estamos llamadas a ceder a las preferencias de otros con calma y sencillez, en este caso contra aquellos que son muy pronto a juzgar, o a hacernos sentir juzgadas y evaluadas constantemente en las congregaciones. Realmente, podemos aprender mucho de nuestros críticos si tenemos ante ellos una actitud humilde y enseñable.
Es importante recordar, que cuando nos llega el temor de ser juzgadas por los demás, esto tiende a alejarnos de personas que pueden ofrecernos sabiduría madura, en especial en lo que respecta a pecados que necesitamos confesar, confrontar y vencer en Cristo.
No debemos engañarnos a nosotras mismas confiando en que somos cristianas por ir a una iglesia, servir en ella o incluso haber nacido en un hogar cristiano. Cada una de nosotras debe tener un “ENCUENTRO CON EL DIOS VIVO”. Nancy Leigh Demoss nos dice que “La esencia de la verdadera salvación no es un asunto de desempeño, sino mas bien de transformación.” La mujer que ha nacido de nuevo tiene una nueva vida en Cristo, un nuevo corazón, naturaleza, devoción y sobre todo “UN NUEVO AMO”.
Ya para concluir, es bueno recordar:
- Mi pastor de jóvenes no es quien me conecta con Dios. (1Ti. 2:5-6)
- Debemos mostrar honra y considerar a otros, inclusive a quienes nos juzgan (Romanos 12:14-21)
- Nuestro miedo a ser juzgadas nunca debe ser una excusa para ocultar nuestro pecado.(Santiago 5:16)
- Nunca habrá nada que podamos hacer para merecer nuestra relación con Dios (Efesios 2:8-9)
- Si eres una hija de Dios, todos notaran que eres una nueva persona, con el poder para vencer el pecado y obedecer a Dios. (2da. Corintios 5:17)
Bendiciones abundantes,
Katerine Fernández
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