“Señor, muéstrame tus caminos, y enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti espero todo el día.” Salmos 25:4-5
Hay épocas en nuestra vida cristiana que pasamos por momentos de altas y bajas. En mi caso particular, siento que Dios constantemente trabaja conmigo la paciencia que es una virtud que en realidad no tengo y que a menudo le pido a Dios que lo cultive en mí. ¿Se puede pedir paciencia sin que vengan las pruebas de la mano? ¡Imposible!
Entonces, en respuesta a mi petición, Dios me permite atravesar situaciones que prueban mi fe al hacerme esperar Su respuesta a oraciones que le he hecho; en ocasiones, ha respondido y sigo esperando en Su respuesta a otras. Y es allí, en la espera, donde El cultiva mi paciencia.
Como seres humanos caídos que somos, y en especial nosotras las mujeres, muchas veces cuando nuestra mente está pensando hacer algo, nuestros pies se van un paso más adelante, y es ahí que debemos hacer un alto, cuando queremos actuar por nuestros propios medios al ver que nuestro Creador no nos da una respuesta concreta a nuestras peticiones o cuando simplemente no nos dice “nada”; en los tiempos de aparente silencio de Dios, debemos recordar que como dijo alguien “Dios siempre responde incluso cuando calla”.
La realidad es que Dios no tiene prisa, pues, literalmente, Él tiene todo el tiempo del mundo. Dios es eterno y por consiguiente, el tiempo no es Su mayor preocupación. Si analizamos la vida de Jesús nos damos cuenta que nunca andaba apresurado. De hecho, pareciera que se demoraba a propósito cuando otros sentían que se les terminaba el tiempo. Pensamos que si Dios no actúa cuando nosotras se lo pedimos, perderemos la oportunidad o los recursos para que se nos facilite la vida, “nos gusta estar preparadas”. Como Él es el Dueño del tiempo y de los recursos, siempre llega justo a tiempo, ni un minuto más temprano ni tarde, pues Su tiempo no es el nuestro.
¿Sabes qué pasaría si Dios llegase en nuestro tiempo? No lo apreciaríamos. No viviríamos por fe sino por suposición y presunción y nunca reconoceríamos nuestra necesidad de un Dios que nunca llega tarde.
Dios habla a mi corazón al escribir esta reflexión, y me recuerda que cuando la respuesta no llegue “ORA, ORA y ORA NUEVAMENTE”. En ocasiones me despierto en la madrugada con una oración en mi boca “Dios ayúdame, líbrame de mi”. En momentos de angustia para no obrar en la carne dejándonos seducir por el pecado, refugiémonos a los pies de nuestro Maestro, no hay mejor lugar donde estar, Él nos escucha, nos consuela, nos ve y me lo imagino diciéndonos “Espera… aún no es el tiempo, solo espera un poco más. Yo estoy contigo en medio del proceso”, como un Padre consolador.
Esperar en El renueva nuestras fuerzas, re-define nuestro carácter y re-enfoca nuestro propósito.
Katerine Fernández
Comentarios